miércoles, 22 de septiembre de 2010

TARDUCHI


Cuando nos conocimos no tuvimos mejor ocurrencia que improvisar un concurso de blasfemias, sin sospechar que en la sala de al lado se encontraban dos camaradas del PCE, cristianos de base y por lo visto más papistas que el Papa, que nos recriminaron severamente por nuestra irreverencia. Recuerdo que Pepe tuvo que alegar sus convicciones cristianas y su amistad con Fabián, uno de los más queridos curas rojos de Vallecas, para salir del paso. Cagarse, al unísono, en Dios y en la Virgen debe unir mucho a la gente, porque a partir de ese día nunca me ha faltado tu complicidad y tu camaradería. Nos incluiste en pregones, atendiste todas nuestras llamadas de auxilio, nos añadiste en tu largo currículo de beneficiados por “Festivales de Apoyo” y hasta nos premiaste con reincidencia de manera sospechosa en los carnavales. Creo que sientes una fuerte inclinación por esa especie de metáforas, que de vez en cuando se nos ocurren, para representar la desigual lucha del débil y el poderoso.
Por mi parte siempre admiré tu prodigiosa imaginación, tu humor, tu osadía cuando sales a la calle o a un escenario para dar colorido y argumentos en defensa de todas las causas más o menos perdidas, primero con el Rabo Radiactivo y luego con el Taller de Reinsertables, donde compartías liderazgo con esa especie de reencarnación española de Harpo Marx que responde al nombre de Juanjo Herranz y con José María Alfaya, al que te gustaba referirte como “nuestro líder carismático”.
Pero sobre todo, siempre que me encuentro contigo, tengo la total impresión de que estoy con un compañero en la más amplia acepción de la palabra. Ahora te jubilas, bribón, tan solo de la cosa laboral, haces bien que con estas reformas hay que ir dándose prisa. Estoy seguro que nos seguiremos viendo en cualquier calle, festival, actuación o bar de copas donde se masque eso que llamamos solidaridad.
No puedo estar físicamente en el acto benéfico que se te tributa a modo de complemento de la pensión Tenemos que cubrir la manifestación por la huelga general que al mismo tiempo se celebra en Vallecas. Es de las pocas cosas que podrían impedirme estar contigo este día.
Un abrazo muy fuerte de todos los que hacemos Tele K.
Paco Pérez

sábado, 4 de septiembre de 2010

A las dos en Fernando

Casi todas las ciudades tienen asociada su imagen a un monumento. París a su Torre Eiffel, Berlín a la Puerta de Brademburgo o Londres al Big Ben. Para mi, la imagen de Vallecas permanecerá en mi retina con la fachada de la Bodega de Fernando en la avenida de la Albufera. Su rótulo negro, con el nombre de su propietario en letras doradas y los dos rombos laterales en rojo desvaido con el número "31" de la calle a cada extremo, ha sido testigo y escenario de la historia reciente de mi barrio. Delante de su puerta han pasado preguerras, guerras, posguerras, transiciones y democracias y bebieron su incomparable vermú de grifo con seltz, ilustres visitantes, bebedores veteranos, militantes políticos, jóvenes rockeros, peligrosos delincuentes y hasta un joven con barba, de nombre Juan Barranco, que a pesar de ser paisano nuestro fué nada más y nada menos, que el alcalde de Madrid.

Este establecimiento abrió sus puertas el 1 de Marzo de 1936, coincidiendo con la victoria del Frente Popular. Meses después se produjo la sublevación militar y el 19 de Julio, los trabajadores de Vallecas levantaron frente a su puerta una barricada, que cortaba lo que entonces se llamaba avenida de la República. De este hecho dejó constancia la mirada certera del gran fotógrafo de la época Alfonso. La instantanea capta a un grupo de milicianos fusil en mano, detrás de cajas de madera y fardos de paja, prevenidos frente a la amenaza del fascismo. Precisamente, durante la guerra civil ocurrió uno de los episodios que contribuyeron a engrandecer la leyenda de la bodega. Durante uno de los muchos bombardeos que sufrió Vallecas al comienzo de la guerra, una bomba cayó en la calle de Puerto de Alcolea, contigua a nuestro Ayuntamiento. Allí se encontraba una mujer embarazada que sufrió un desvanecimiento a consecuencia del susto por el suceso. Fué trasladada en brazos a la bodega donde dió a luz una criatura entre parroquianos y curiosos.

Para una generación de vallecanos, en los años 70 y 80 del siglo pasado no había manifestación, pegada de carteles, carga policial, fiesta o mitin, que no empezara o acabara en esta taberna con aserrín en el suelo, que expedía además de su legendario vermú de Reus, vinos, aceites y vinagres a granel, bebidas que impreganaban con su olor inconfundible aquellas tradicionales bodegas, hoy en vías de extinción. Especialmente bullicioso era su ambiente de Domingo, después del partido matinal del Rayo. Durante años quedaba invariablemente con mis amigos a las 2 de la tarde para tomar el vermú, jugándonos la ronda a los chinos. Me han dado muchas fiestas de guardar las 4 y las 5 de la tarde alternado con El Tutu, Carlos, Rafa, Silvia, Elena, El Bota, Alex, El Trotsky, Manolo El Óptico, Isabel, Perico, Paco El Loco, Julia y otros compañeros mas ocasionales. Siempre acabamos con dolor de cabeza. La desaparición de alguno de ellos y las desgracias de otros, me sugieren que una partida de chinos es una especie de metáfora de la vida, donde unos jugadores se quedan en la cuneta según pasan las eliminatorias y al final solo quedan los supervivientes más afortunados.

Según mi padre, de quien heredé estas aficiones, Fernando tenía el mejor serpentín de todo el barrio. Cada tarde cuando volvía de su trabajo frito de calor, se tomaba sus cañas de cerveza bien tiradas y muy frías. Yo he de confesar, que entraba siempre que pasaba por su puerta, como si la taberna tuviese un imán que me atrayera hacia dentro. Así, que me he sorprendido a mi mismo varias veces, tomándome un vermú a horas nada recomendables. Eso sí, que nadie esperase atiborrarse a comer con sus tapas, como en muchos pueblos y bares del mismo Vallecas. Siempre fué una bodega seria y hasta cierto punto refinada, donde no se mal comía y solo se servían aperitivos de anchoa, boquerones en vinagre, aceitunas, patatas fritas y cortezas. Uno de los mayores placeres que he disfrutado en esta vida es saborear un vaso de su vermú acompañado de una lata de berberechos o de un plato de boquerones crudos. Cuando lo hacía me creía el rey del Puente.
Al llegar de vacaciones su cierre estaba echado, lo que atribuí a que aún no había finalizado el mes de Agosto. Fernando el hijo del primer propietario de la bodega, me estaba esperando en la calle. Me alertó que dijera que me tenía que dar explicaciones. Yo cuento aquí lo que me dijo por si sirve como consuelo a los muchos seguidores de la taberna vallecana por antonomasia, junto con las ya desaparecidas Casa Bahón o las Bodegas Navalcarnero: "Paco, empecé a trabajar en la bodega cuando tenía 12 años. Nunca conseguí hacer una familia, José Luis, mi primo, se jubila y me vería abocado a meter a un desconocido. Lo dejo. Se quedan unos chicos del Pozo que van a acometer una pequeña reforma, aunque yo les he advertido que conserven la esencia. Julián-el otro camarero-se queda con ellos". Mucha suerte a todos ellos en esta nueva etapa, pero yo todavía no me he respuesto de esta noticia, que ha producido en mi una cierta mutilación sentimental. Se perfectamentente que el ambiente de una taberna emana de quien la regenta. Esta bodega no será exatamente igual sin la figura austera de Fernando. Siempre con la misma vestimenta: jersey azul marino o granate en invierno y su camisa blanca o azul cielo en verano. Sentado junto a la única mesa del local, de mármol por supuesto, leyendo el periódico y observando el paso del tiempo por la Albufera. Todo coherente con el escenario. Según me dicen, el padecimiento que sufro en estos días es propio de personas mayores. Creo que se llama nostalgia.