martes, 23 de marzo de 2010

Todos eran argentinos.
Hace más de ocho años desde que aterricé por última vez en Eceiza. Era invierno y ahora discurren los últimos días del verano. Después de un viajar durmiendo, aprovechando que tenía tres asientos libres a mi disposición, he podido ver desde el aire esta inmensa aglomeración humana al manecer. Llama la atención su enorme extensión y la frondosidad de sus alrededores, una especie de Asturias llana. Hoy hace un día radiante y me ha parecido una ciudad más feliz. En mi anterior viaje, estaban aún recientes las consecuencias más dramáticas de la crisis del "corralito". La gente ríe mucho y toma las calles a la caida de la tarde. Recuerdo que la gente con la que hablé entonces, se dividía entres estados de opinión: Los que se querían irse a España, los que anhelaban trasladarse a Italia, y los que les daba igual cualquiera de las dos primeras opciones. Hoy parece que las cosas han cambiado.
Lo que más sorprende de esta ciudad, de la que Borges dijo que le parecía increible que alguna vez fuera fundada, es que a su manera casi todos sus habitantes son argentinos. Sí, el conductor del autobús, el quiosquero, el camarero del bar, las señoras que amablemente te indican por donde se va la Plaza Serrano, y hasta los policías del metro son argentinos. Como lo son, también, los miles de personas que se apiñan a las seis y media de la tarde en la estación del subte de 9 Julio. Una prueba de que estamos en una de las urbes más populosas del planeta.
Sabemos todos de que estoy hablando ¿Quién no tiene en Madrid un argentino o argentina en su vida?, esas personas que entre el inicio y el final de una frase elige siempre el camino más largo posible. Pero, mientras que allí son solo una inmensa minoría, aquí es todo lo contrario, San Telmo es como Chueca o Lavapiés ocupado por agentinos y el Viejo Palermo con sus cafés y tiendas repletass de glamour como el Soho neoyorkino con acento porteño. Pués, eso es en definitiva Buenos Aires, una ciudad a caballo entre el casticismo de Madrid y el cosmopolistimo de Nueva York. Prueba de esto último, es que en una misma manzana he pasado frente a la puerta de la Asociación Japonesa, el Casal de Catalunya y el Museo de la Inmigración Gallega.
Me he perdido por su calles y una vez más he quedado fascinado por sus encantos. Bodegones como Casa Manolo, La Coruña o El Federal, me recuerdan a las tascas madrileñas y sus edificios coronados por depósitos de agua a Manhattan. ¿Será verdad cómo dice Borges que Buenos Aires siempre estuvo allí, qué es una ciudad eterna?

1 comentario:

  1. oye, pibe....¿sabés aquel soneto de Quevedo...?..."Admirose un Portugués de que todos los niños en Francia, hablaran francés...? ¡Y claro que son argentinos ! y los que llegan y se dejan "Bonaerizar", ¡ya nunca más se sienten gallegos.. ! A propósito, ¿Vos se fijó con qué "devoción", los argentinos llaman gallegos a los españolitos? ó cómo hablan y con qué embeleso de la "madre-patria-española? ¿Vos a qué pensás que obedece tal fenómeno paranormal ?....Recurriendo al tópico-típico del psicoanalisis,tan del gusto argentino...sería para hacérselo mirar.

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